Mi nombre es Verónica Rubí, soy argentina de nacionalidad, misionera de vocación, trabajadora social de profesión. La misión, que para mí es compartir la vida y la fe y no una cuestión de proselitismo, me ha motivado a entregar años de mi vida en diferentes realidades existenciales, que han dejado huellas en mí, modelando mi personalidad.
Viví en el sur de Argentina con el pueblo Mapuche, viví en el sur de Mozambique con el pueblo Machangana y hoy vivo en el corazón del Amazonas, en el Brasil de la triple frontera de Brasil- Perú- Colombia, tierra de pueblos indígenas mayoritariamente del Pueblo Ticuna, lugar de vegetación exuberante con una inmensidad de tonalidades de verdes, geografía del rio- mar Amazonas o Solimões como aquí se llama, con su infinidad de afluentes marcando el ritmo de la vida.
En este contexto de biodiversidad existen centros urbanos en los que la sociedad de consumo se concretiza creando necesidades en toda la población, urbana y rural, indígena y no indígena. Vivo en Tabatinga- AM ciudad fronteriza de 65 mil habitantes, de fronteras abiertas, que facilita la movilidad, las relaciones internacionales y también todo tipo de tráficos, especialmente de droga, personas, madera y animales. Hoy en día por la pandemia, las fronteras están cerradas y prohibida la navegación, pero los tráficos continúan. Días atrás, una señora en llanto me contó, que su marido fue llamado para trabajar transportando pescado de un frigorífico y que en uno de los viajes la embarcación fue inspeccionada y encontraron varios kilos de droga, ella dice que él no sabía, hoy está preso en la capital. En esta realidad las diversas redes de tráfico se aprovechan de la necesidad y la buena fe de las personas.
Las familias en Tabatinga viven de una economía de subsistencia, son pocos los que tienen trabajo formal y estable, la mayoría son agricultores, pescadores, vendedores comida, cargadores en el puerto o mercado, moto taxistas, o realizan servicios domésticos o de fuerza como ayudantes de construcción. Frente a la única medida válida para frenar el impacto del coronavirus, el “quedarse en casa”, y por la prolongación interminable de un tiempo sin actividad, cientos de familias en Tabatinga están sufriendo por falta de lo mínimo e indispensable para vivir, el alimento. Dos personas en situaciones diferentes me han dicho: nosotros los adultos podemos esperar pero los niños comen todos los días…
Desde Cáritas Diocesana del Alto Solimões, en la que formo parte de la dirección, conscientes de la necesidad de muchos y tomando todos los cuidados posibles, lanzamos una Campaña de Alimentos, para ser puente entre los que pueden donar y los que más precisan, recibimos donaciones en alimentos y dinero, con algunos voluntarios vamos haciendo compras, montando las cestas de alimentos y recibiendo a las familias que llegan pidiendo ayuda. Ya entregamos alimentos a 350 familias y vamos a continuar porque cada vez que se están terminando los alimentos llegan providencialmente nuevas donaciones. Tengo certeza de que Dios sufre con el que pasa hambre, goza con el que dona con alegría y nos bendice a todos.
El deseo de esperanza más fuerte que me surge para toda la humanidad es que frente a tanto dolor, enfermedad y muerte sea más fuerte la capacidad de empatía, de sentir con el otro, de solidaridad, de sororidad y fraternidad, para ayudarnos mutuamente cada día a dar un nuevo paso y podamos caminar hacia una transformación social donde la vida de cada persona sea importante, donde todos vivamos con dignidad, con oportunidades de estudio, trabajo, atención médica y diversión, donde las relaciones humanas, el cuidado y valoración de cada uno se conviertan en el motivo principal de nuestra existencia… cuando llegue ese día el virus habrá terminado, mientras tanto con coraje lo seguimos intentando.
Verónica Rubí
rubivero2013@gmail.com